Un niño llora en la noche de Belén
Jorge Eduardo Lozano
Para LA NACION
Jueves 23 de diciembre de 2010
Publicado en edición impresa .
Hace poco, en un noticiero de TV al mediodía, el locutor anunciaba un contacto con el móvil diciendo casi con euforia: "Ahora vamos a hacer una nota con el personaje central de la Navidad". Para mi sorpresa y desagrado, apareció un redondísimo Papá Noel recostado sobre montones de paquetes de colores.
Con voz impostada, hablaba de su deseo de visitar las casas de los niños para que todos fueran felices. Daba para ellos una serie de consejos tan absurdos como imposibles de cumplir, rubricados por el clásico: "¡Ho! ¡Ho! ¡Ho!". Me consolaba pensar que escasísimos niños estarían mirando el programa, y que los pocos que lo estuvieran viendo no le darían bolilla. Pero me preocupaba la cantidad de adultos -padres, abuelos o tíos- que pudieran morder ese anzuelo y reproducir, puertas adentro, ese inconsistente mensaje moralista.
Una de las características nefastas del tiempo presente es anestesiar cualquier intento de pensar más allá de lo superfluo: "Ni se te ocurra hablar de cosas serias". Como si lo único importante fuera divertirse sin sufrir. Se ha instalado el concepto de que la vida hay que gozarla aquí y ahora, reduciendo todo a la búsqueda del placer y del dinero necesario para conseguirlo. Se confunde la vida con un show montado artificialmente, y terminamos por "comprar" esa pompa de jabón como si fuera sólido fundamento. Pues eso es una quimera, la vida no es así. Tan falso como un billete de 258 pesos. Tengo la sensación de que no nos bancamos la realidad tal cual es. Vivir una Navidad sin Niño Dios es como lavar los platos con un champú caro; o sea, un desperdicio.
Hay preguntas que es necesario considerar. ¿Para qué estoy en el mundo? ¿Por qué? Sería bueno preguntarnos también: ¿qué sentido tiene para mí el nacimiento del último niño en la familia? ¿Qué me provocó la noticia de la última muerte cercana en mi vida?
Podemos dar respuestas hechas desde la resignación o el cinismo. O probar si la Navidad puede decirnos algo al respecto.
Otro camino sería contentarnos con el sabor amargo en la boca y mirar para otro lado. O intentar -quizás una vez más, cada uno sabrá en la intimidad del diálogo- el camino de la fe. Cuando nos referimos a la conciencia o a la espiritualidad solemos utilizar la expresión "mirar para adentro" o ir a lo profundo del corazón. Allí encontramos anhelos de paz, de justicia, de libertad, de vida en plenitud. Desde una mirada creyente sabemos que Dios nos hizo con hambre y sed de eternidad.
Aunque no lo digamos a menudo, y menos aún con fuerza por pudor o vergüenza, reconocemos en nosotros una enorme necesidad de amar y ser amados. Nos miramos y nos sabemos mendigos de una ternura, o con los bolsillos llenos de caricias que no quieren ser recibidas.
El filósofo Gabriel Marcel escribió: "Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás". Justamente lo contrario al "no existís". El amor nos afianza en la existencia. Sin el amor todo se vuelve hueco, opaco, gris. Profunda soledad.
Hemos desplazado el centro de nuestra vida y caímos en una sociedad de "angustia existencial". Pasamos del "pienso, luego existo" al "consumo, luego existo". Lo que de verdad deberíamos decir es: "Amo y soy amado, luego existo". Es el amor lo que nos afirma en la existencia, la garantía de que estamos vivos.
¡Claro que Dios nos conoce y sabe que somos así! El se desangra de amor. Quiere estar cerca de cada ser humano y elige el camino de la fragilidad y la ternura. Nos invita a dejar de lado la soberbia, la omnipotencia, los aires de suficiencia. No somos invulnerables ni omnipotentes. Dejate sorprender una vez más por tu capacidad de acariciar, consolar y mimar.
"Belén" significa "casa del pan". Todo en la Nochebuena busca expresar cercanía, confianza, humildad, sencillez. Bajá la guardia, el Niño Jesús no viene a invadirte ni a hacerte daño. Dejalo entrar una vez más en tu vida. Cerrá los ojos y acordate de la experiencia de besar los dedos de un bebe, o mirar los ojos de un niño fascinado ante un cuento.
En los momentos cruciales de la vida te das cuenta de cuáles fueron las cosas importantes, las que te dejaron algo. Y cuáles pasaron sin dejarte nada, o incluso llevándose algo. Se acercan "las Fiestas". Solemos preguntarnos adónde vamos a ir, con quiénes, qué vamos a comer? Hace poco el Papa decía: "Una fiesta se puede organizar; la alegría, no". Paremos un poco. Detenete a observar las maravillas del amor. No te dejes llevar por la superficialidad del consumismo, que tarde o temprano te lleva al hartazgo y la angustia. No te dejes inyectar con la anestesia de un clima naíf y bucólico que nos habla de la "magia" de la Navidad y le quita la fuerza de su realismo. Un niño nace de una familia pobre que fue echada de otros lugares. Es recostado en un lugar en que hay animales, olor a bosta. Allí nació Jesús.
El poeta argentino Francisco Luis Bernárdez escribió:
"Dejá las calles del centro,
entrá a las del arrabal,
y allí donde la pobreza
linda con la oscuridad,
en la casa más humilde
al Niño Dios hallarás."
Dios está enamorado de vos, de mí. Nos besa a cada uno. Al santo y al pecador, al sano y al enfermo, al local y al visitante?
Escuchá? Un niño llora en la noche de Belén y la humanidad se detiene. Vale la pena vivir. Los anhelos de plenitud de vida no quedarán sin ser cumplidos.
© La Nacion
El autor es obispo de Gualeguaychú
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