martes, 12 de febrero de 2013

DARÉ MAÑANA EN UCA 2 CHARLAS

En el contexto de el 50° Curso de Rectores del CONSUDEC mañana, miércoles 13 de febrero, daré dos charlas en la UCA. El tema es CULTURAS JUVENILES: DESAFÍOS, NUEVAS ADICCIONES Y LA PEDAGOGÍA DEL DESEO DE BENEDICTO XVI
La misma charla la dictaré a la mañana de 10 a 13hs y a la tarde de 15 a 18hs.
AULA 11 Subsuelo. Edificio SANTO TOMÁS MORO. UCA. Alicia Moro de Justo 1400.
Están todos invitados a venir de oyentes.





DÍA DE LA RENUNCIA DE BENEDICTO XVI

lunes, 11 de febrero de 2013

BENEDICTO XVI y el CARDENAL ANGELO SODANO


''Le hemos escuchado con sentimiento de perdida, casi incrédulos''

Ofrecemos a los lectores la traducción de las palabras pronunciadas en italiano por el cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, tras la expresión de su renuncia por parte del papa Benedicto XVI.

*****
Le hemos escuchado con sentimiento de perdida, casi incrédulos. En sus palabras hemos notado el gran afecto que siempre ha tenido por la Santa Iglesia de Dios, por esta Iglesia que tanto ha amado. Ahora permítame decirle, en nombre de este cenáculo apostolico –el Colegio Cardenalicio– en nombre de estos sus queridos colaboradores, permita que le diga que le estamos más que nunca cercanos, como lo hemos estado en estos ocho iluminados años de su pontificado. El 19 de abril de 2005, si bien recuerdo, al terminar el Cónclave yo le pregunté, con voz también azorada, por mi parte: '¿Aceptas tu eleccion canónica a Sumo Pontífice?' Y usted no tardó –también con azoramiento– en constestar diciendo que aceptaba, confiando en la gracia del Señor y en la materna intercesión de María, Madre de la Iglesia. Como María, ese dia dio su “sí”, e inició su luminoso pontificado en el surco de la continuidad, de esa continuidad de la que tanto nos ha hablado en la historia de la Iglesia, en el surco de la continuidad con sus 265 precedesores en la Cátedra de Pedro, en el curso de dos mil años de historia, desde el apóstol Pedro, el humilde pescador de Galilea, hasta los grandes papas del siglo pasado, desde san Pío X al beato Juan Pablo II… santo padre, antes del 28 de febrero, como usted ha dicho, día en que desea poner la palabra “fin” a este su servicio pontifical, hecho con tanto amor, con tanta humildad, antes del 28 de febrero, tendremos forma de expresarle mejor nuestros sentimientos; así harán tantos pastores y fieles dispersos por el mundo, así harán tantos hombres de buena voluntad junto a las autoridades de muchos países… además, todavía en este mes tendremos la alegría de sentir su voz de pastor: el miércoles, en la calebración de la Ceniza, después el jueves, con el Clero de Roma, en el Ángelus de este domingo, en las audiencias del miércoles, habra muchas ocasiones todavía para escuchar su voz paterna… Su misión, sin embargo, continuará: ha dicho que estará siempre cerca con su testimonio y con su oración. Cierto, las estrellas en el cielo continuarán siempre brillando y así brillará siempre en medio de nosotros la estrella de su pontificado. Estamos cerca de usted, Padre Santo y bendiganos.
Traducido del italiano por Rocío Lancho García

BENEDICTO XVI


RECEMOS TODOS POR EL SANTO PADRE T POR LA IGLESIA


El Papa Benedicto XVI anunció su renuncia al pontificado

El Papa Benedicto XVI anunció su renuncia al pontificado
VATICANO, 11 Feb. 13 / 07:28 am (ACI/EWTN Noticias).- En una sorprendente e histórica decisión, el Papa Benedicto XVI anunció hoy su renuncia debido a su avanzada edad (cumplirá 86 años en abril) por lo que, dijo, ya no tiene fuerzas para ejercer de forma adecuada el ministerio petrino. El Santo Padre indicó que desde el 28 de febrero de este año, a partir de las 8:00 p.m. (hora local), "la sede de Pedro quedará vacante".
En una decisión que sólo él conocía, ajena al resto de la Curia romana y con "plena libertad", el Pontífice anunció su renuncia durante el Consistorio público para las canonizaciones de los 800 mártires de Otranto, la Madre Laura, la primera santa colombiana, y la Madre Lupita, de México.
Durante el Consistorio de esta mañana, el Papa anunció esta "decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia".
El Decano del Colegio Cardenalicio y por años Secretario de Estado del Vaticano durante el Pontificado de Juan Pablo IICardenal Angelo Sodano, en unas emotivas palabras luego del anuncio dijo: "estamos incrédulos ante sus palabras… En nombre de todos nosotros los cardenales, estamos cercanos s usted en este momento como lo hemos estado en estos 8 luminosos años de su pontificado".
"Recuerdo sus palabras cuando aceptó su elección como Papa (…) hasta antes del 28 de febrero tendremos tiempo para expresarle nuestro amor y afecto por usted y su pontificado como seguro lo hará todo el mundo".
A continuación reproducimos el texto completo del anuncio realizado por el Papa Benedicto XVI esta mañana:
"Queridísimos hermanos,
Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas decanonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.
Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice.
Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.
Vaticano, 10 de febrero 2013
BENEDICTUS PP. XVI".

martes, 5 de febrero de 2013

SOBRE LA TAREA URGENTE DE EDUCAR BENEDICTO XVI


MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA DIÓCESIS DE ROMA
SOBRE LA TAREA URGENTE DE LA EDUCACIÓN


Queridos fieles de Roma: 
He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están comprometidos los diversos componentes de nuestra Iglesia:  el problema de la educación. Todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos, en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes. En efecto, sabemos que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Por tanto, no podemos menos de interesarnos por la formación de las nuevas generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, y por su salud, no sólo física sino también moral. Ahora bien, educar jamás ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los profesores, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Por eso, se habla de una gran "emergencia educativa", confirmada por los fracasos en los que muy a menudo terminan nuestros esfuerzos por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a su vida. Así, resulta espontáneo culpar a las nuevas generaciones, como si los niños que nacen hoy fueran diferentes de los que nacían en el pasado. Además, se habla de una "ruptura entre las generaciones", que ciertamente existe y pesa, pero es más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y valores.
Por consiguiente, ¿debemos echar la culpa a los adultos de hoy, que ya no serían capaces de educar? Ciertamente, tanto entre los padres como entre los profesores, y en general entre los educadores, es fuerte la tentación de renunciar; más aún, existe incluso el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo están en juego las responsabilidades personales de los adultos o de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben ocultarse, sino también un clima generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida. Entonces, se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles en torno a los cuales construir la propia vida.
Queridos hermanos y hermanas de Roma, ante esta situación quisiera deciros unas palabras muy sencillas:  ¡No tengáis miedo! En efecto, todas estas dificultades no son insuperables. Más bien, por decirlo así, son la otra cara de la medalla del don grande y valioso que es nuestra libertad, con la responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico, donde los progresos actuales pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las personas no existe esa misma posibilidad de acumulación, porque la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones. Ni siquiera los valores más grandes del pasado pueden heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa.
Pero cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal. La solicitan los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de sus hijos; la solicitan tantos profesores, que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; la solicita la sociedad en su conjunto, que ve cómo se ponen en duda las bases mismas de la convivencia; la solicitan en lo más íntimo los mismos muchachos y jóvenes, que no quieren verse abandonados ante los desafíos de la vida. Además, quien cree en Jesucristo posee un motivo ulterior y más fuerte para no tener miedo, pues sabe que Dios no nos abandona, que su amor nos alcanza donde estamos y como somos, con nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien.
Queridos hermanos y hermanas, para hacer aún más concretas mis reflexiones, puede ser útil identificar algunas exigencias comunes de una educación auténtica. Ante todo, necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor:  pienso en la primera y fundamental experiencia de amor que hacen los niños —o que, por lo menos, deberían hacer— con sus padres. Pero todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y que solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico.
Además, en un niño pequeño ya existe un gran deseo de saber y comprender, que se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Ahora bien, sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida.
También el sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra vida. Por eso, al tratar de proteger a los más jóvenes de cualquier dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de formar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas, pues la capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.
Así, queridos amigos de Roma, llegamos al punto quizá más delicado de la obra educativa:  encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día también en las cosas pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. Pero la relación educativa es ante todo encuentro de dos libertades, y la educación bien lograda es una formación para el uso correcto de la libertad. A medida que el niño crece, se convierte en adolescente y después en joven; por tanto, debemos aceptar el riesgo de la libertad, estando siempre atentos a ayudarle a corregir ideas y decisiones equivocadas. En cambio, lo que nunca debemos hacer es secundarlo en sus errores, fingir que no los vemos o, peor aún, que los compartimos como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.
Así pues, la educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor verdadero. Por consiguiente, el educador es un testigo de la verdad y del bien; ciertamente, también él es frágil y puede tener fallos, pero siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su misión.
Queridos fieles de Roma, estas sencillas consideraciones muestran cómo, en la educación, es decisivo el sentido de responsabilidad:  responsabilidad del educador, desde luego, pero también, y en la medida en que crece en edad, responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del trabajo. Es responsable quien sabe responder a sí mismo y a los demás. Además, quien cree trata de responder ante todo a Dios, que lo ha amado primero.
La responsabilidad es, en primer lugar, personal; pero hay también una responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos de una misma ciudad y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la sociedad en que vivimos, y la imagen que da de sí misma a través de los medios de comunicación, ejercen gran influencia en la formación de las nuevas generaciones para el bien, pero a menudo también para el mal.
Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final, somos nosotros mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que elegimos, aunque los papeles y las responsabilidades de cada uno sean diversos. Por tanto, se necesita la contribución de cada uno de nosotros, de cada persona, familia o grupo social, para que la sociedad, comenzando por nuestra ciudad de Roma, llegue a crear un ambiente más favorable a la educación.
Por último, quisiera proponeros un pensamiento que desarrollé en mi reciente carta encíclica Spe salvi, sobre la esperanza cristiana:  sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza se ve asechada desde muchas partes, y también nosotros, como los antiguos paganos, corremos el riesgo de convertirnos en hombres "sin esperanza y sin Dios en este mundo", como escribió el apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 2, 12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida.
Por consiguiente, no puedo terminar esta carta sin una cordial invitación a poner nuestra esperanza en Dios. Sólo él es la esperanza que supera todas las decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo su justicia y su misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los sufrimientos soportados. La esperanza que se dirige a Dios no es jamás una esperanza sólo para mí; al mismo tiempo, es siempre una esperanza para los demás:  no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y en el amor.
Os saludo con afecto y os aseguro un recuerdo especial en la oración, a la vez que envío a todos mi bendición.
Vaticano, 21 de enero de 2008

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

REDES SOCIALES BENEDICTO XVI


MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA XLVII JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
«Redes Sociales: portales de verdad y de fe; nuevos espacios para la evangelización»
[Domingo 12 de mayo de 2013

Queridos hermanos y hermanas:
Ante la proximidad de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2013, deseo proponeros algunas reflexiones acerca de una realidad cada vez más importante, y que tiene que ver con el modo en el que las personas se comunican hoy entre sí. Quisiera detenerme a considerar el desarrollo de las redes sociales digitales, que están contribuyendo a que surja una nueva «ágora», una plaza pública y abierta en la que las personas comparten ideas, informaciones, opiniones, y donde, además, nacen nuevas relaciones y formas de comunidad.
Estos espacios, cuando se valorizan bien y de manera equilibrada, favorecen formas de diálogo y de debate que, llevadas a cabo con respeto, salvaguarda de la intimidad, responsabilidad e interés por la verdad, pueden reforzar los lazos de unidad entre las personas y promover eficazmente la armonía de la familia humana. El intercambio de información puede convertirse en verdadera comunicación, los contactos pueden transformarse en amistad, las conexiones pueden facilitar la comunión. Si las redes sociales están llamadas a actualizar esta gran potencialidad, las personas que participan en ellas deben esforzarse por ser auténticas, porque en estos espacios no se comparten tan solo ideas e informaciones, sino que, en última instancia, son ellas mismas el objeto de la comunicación.
El desarrollo de las redes sociales requiere un compromiso: las personas se sienten implicadas cuando han de construir relaciones y encontrar amistades, cuando buscan respuestas a sus preguntas, o se divierten, pero también cuando se sienten estimuladas intelectualmente y comparten competencias y conocimientos. Las redes se convierten así, cada vez más, en parte del tejido de la sociedad, en cuanto que unen a las personas en virtud de estas necesidades fundamentales. Las redes sociales se alimentan, por tanto, de aspiraciones radicadas en el corazón del hombre.
La cultura de las redes sociales y los cambios en las formas y los estilos de la comunicación suponen todo un desafío para quienes desean hablar de verdad y de valores. A menudo, como sucede también con otros medios de comunicación social, el significado y la eficacia de las diferentes formas de expresión parecen determinados más por su popularidad que por su importancia y validez intrínsecas. La popularidad, a su vez, depende a menudo más de la fama o de estrategias persuasivas que de la lógica de la argumentación. A veces, la voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido de tanta información y no consigue despertar la atención, que se reserva en cambio a quienes se expresan de manera más persuasiva. Los medios de comunicación social necesitan, por tanto, del compromiso de todos aquellos que son conscientes del valor del diálogo, del debate razonado, de la argumentación lógica; de personas que tratan de cultivar formas de discurso y de expresión que apelan a las más nobles aspiraciones de quien está implicado en el proceso comunicativo. El diálogo y el debate pueden florecer y crecer asimismo cuando se conversa y se toma en serio a quienes sostienen ideas distintas de las nuestras. «Teniendo en cuenta la diversidad cultural, es preciso lograr que las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino que aspiren también a enriquecerse con ella y a ofrecerle lo que se tiene de bueno, de verdadero y de bello» (Discurso para el Encuentro con el mundo de la cultura, Belém, Lisboa, 12 mayo 2010).
Las redes sociales deben afrontar el desafío de ser verdaderamente inclusivas: de este modo, se beneficiarán de la plena participación de los creyentes que desean compartir el Mensaje de Jesús y los valores de la dignidad humana que promueven sus enseñanzas. En efecto, los creyentes advierten de modo cada vez más claro que si la Buena Noticia no se da a conocer también en el ambiente digital podría quedar fuera del ámbito de la experiencia de muchas personas para las que este espacio existencial es importante. El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes. Las redes sociales son el fruto de la interacción humana pero, a su vez, dan nueva forma a las dinámicas de la comunicación que crea relaciones; por tanto, una comprensión atenta de este ambiente es el prerrequisito para una presencia significativa dentro del mismo.
La capacidad de utilizar los nuevos lenguajes es necesaria no tanto para estar al paso con los tiempos, sino precisamente para permitir que la infinita riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan alcanzar las mentes y los corazones de todos. En el ambiente digital, la palabra escrita se encuentra con frecuencia acompañada de imágenes y sonidos. Una comunicación eficaz, como las parábolas de Jesús, ha de estimular la imaginación y la sensibilidad afectiva de aquéllos a quienes queremos invitar a un encuentro con el misterio del amor de Dios. Por lo demás, sabemos que la tradición cristiana ha sido siempre rica en signos y símbolos: pienso, por ejemplo, en la cruz, los iconos, el belén, las imágenes de la Virgen María, los vitrales y las pinturas de las iglesias. Una parte sustancial del patrimonio artístico de la humanidad ha sido realizada por artistas y músicos que han intentado expresar las verdades de la fe.
En las redes sociales se pone de manifiesto la autenticidad de los creyentes cuando comparten la fuente profunda de su esperanza y de su alegría: la fe en el Dios rico de misericordia y de amor, revelado en Jesucristo. Este compartir consiste no solo en la expresión explícita de la fe, sino también en el testimonio, es decir, «en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él». (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2011). Una forma especialmente significativa de dar testimonio es la voluntad de donarse a los demás mediante la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana. La presencia en las redes sociales del diálogo sobre la fe y el creer confirma la relevancia de la religión en el debate público y social.
Para quienes han acogido con corazón abierto el don de la fe, la respuesta radical a las preguntas del hombre sobre el amor, la verdad y el significado de la vida que están presentes en las redes sociales se encuentra en la persona de Jesucristo. Es natural que quien tiene fe desee compartirla, con respeto y sensibilidad, con las personas que encuentra en el ambiente digital. Pero en definitiva los buenos frutos que el compartir el Evangelio puede dar, se deben más a la capacidad de la Palabra de Dios de tocar los corazones, que a cualquier esfuerzo nuestro. La confianza en el poder de la acción de Dios debe ser superior a la seguridad que depositemos en el uso de los medios humanos. También en el ambiente digital, en el que con facilidad se alzan voces con tonos demasiado fuertes y conflictivos, y donde a veces se corre el riesgo de que prevalezca el sensacionalismo, estamos llamados a un atento discernimiento. Y recordemos, a este respecto, que Elías reconoció la voz de Dios no en el viento fuerte e impetuoso, ni en el terremoto o en el fuego, sino en el «susurro de una brisa suave» (1R 19,11-12). Confiemos en que los deseos fundamentales del hombre de amar y ser amado, de encontrar significado y verdad ―que Dios mismo ha colocado en el corazón del ser humano― hagan que los hombres y mujeres de nuestro tiempo estén siempre abiertos a lo que el beato cardenal Newman llamaba la «luz amable» de la fe.
Las redes sociales, además de instrumento de evangelización, pueden ser un factor de desarrollo humano. Por ejemplo, en algunos contextos geográficos y culturales en los que los cristianos se sienten aislados, las redes sociales permiten fortalecer el sentido de su efectiva unidad con la comunidad universal de los creyentes. Las redes ofrecen la posibilidad de compartir fácilmente los recursos espirituales y litúrgicos, y hacen que las personas puedan rezar con un renovado sentido de cercanía con quienes profesan su misma fe. La implicación auténtica e interactiva con las cuestiones y las dudas de quienes están lejos de la fe nos debe hacer sentir la necesidad de alimentar con la oración y la reflexión nuestra fe en la presencia de Dios, y también nuestra caridad activa: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe» (1 Co 13,1).
Existen redes sociales que, en el ambiente digital, ofrecen al hombre de hoy ocasiones para orar, meditar y compartir la Palabra de Dios. Pero estas redes pueden asimismo abrir las puertas a otras dimensiones de la fe. De hecho, muchas personas están descubriendo, precisamente gracias a un contacto que comenzó en la red, la importancia del encuentro directo, de la experiencia de comunidad o también de peregrinación, elementos que son importantes en el camino de fe. Tratando de hacer presente el Evangelio en el ambiente digital, podemos invitar a las personas a vivir encuentros de oración o celebraciones litúrgicas en lugares concretos como iglesias o capillas. Debe de haber coherencia y unidad en la expresión de nuestra fe y en nuestro testimonio del Evangelio dentro de la realidad en la que estamos llamados a vivir, tanto si se trata de la realidad física como de la digital. Ante los demás, estamos llamados a dar a conocer el amor de Dios, hasta los más remotos confines de la tierra.
Rezo para que el Espíritu de Dios os acompañe y os ilumine siempre, y al mismo tiempo os bendigo de corazón para que podáis ser verdaderamente mensajeros y testigos del Evangelio. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).
Vaticano, 24 de enero de 2013, fiesta de san Francisco de Sales

BENEDICTUS PP. XVI
© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana

PEDAGOGÍA DEL DESEO BENEDICTO XVI


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 7 de noviembre de 2012

El Año de la fe. El deseo de Dios
Queridos hermanos y hermanas:
El camino de reflexión que estamos realizando juntos en este Año de la fe nos conduce a meditar hoy en un aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre lleva en sí un misterioso deseo de Dios. De modo muy significativo, el Catecismo de la Iglesia católica se abre precisamente con la siguiente consideración: «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar» (n. 27).
Tal afirmación, que también actualmente se puede compartir totalmente en muchos ambientes culturales, casi obvia, podría en cambio parecer una provocación en el ámbito de la cultura occidental secularizada. Muchos contemporáneos nuestros podrían objetar que no advierten en absoluto un deseo tal de Dios. Para amplios sectores de la sociedad Él ya no es el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que deja indiferente, ante la cual no se debe siquiera hacer el esfuerzo de pronunciarse. En realidad lo que hemos definido como «deseo de Dios» no ha desaparecido del todo y se asoma también hoy, de muchas maneras, al corazón del hombre. El deseo humano tiende siempre a determinados bienes concretos, a menudo de ningún modo espirituales, y sin embargo se encuentra ante el interrogante sobre qué es de verdad «el» bien, y por lo tanto ante algo que es distinto de sí mismo, que el hombre no puede construir, pero que está llamado a reconocer. ¿Qué puede saciar verdaderamente el deseo del hombre?
En mi primera encíclica Deus caritas est he procurado analizar cómo se lleva a cabo ese dinamismo en la experiencia del amor humano, experiencia que en nuestra época se percibe más fácilmente como momento de éxtasis, de salir de uno mismo; como lugar donde el hombre advierte que le traspasa un deseo que le supera. A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de manera nueva, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo real. Si lo que experimento no es una simple ilusión, si de verdad quiero el bien del otro como camino también hacia mi bien, entonces debo estar dispuesto a des-centrarme, a ponerme a su servicio, hasta renunciar a mí mismo. La respuesta a la cuestión sobre el sentido de la experiencia del amor pasa por lo tanto a través de la purificación y la sanación de lo que quiero, requerida por el bien mismo que se quiere para el otro. Se debe ejercitar, entrenar, también corregir, para que ese bien verdaderamente se pueda querer.
El éxtasis inicial se traduce así en peregrinación, «como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios» (Enc. Deus caritas est, 6). A través de ese camino podrá profundizarse progresivamente, para el hombre, el conocimiento de ese amor que había experimentado inicialmente. Y se irá perfilando cada vez más también el misterio que este representa: ni siquiera la persona amada, de hecho, es capaz de saciar el deseo que alberga en el corazón humano; es más, cuanto más auténtico es el amor por el otro, más deja que se entreabra el interrogante sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad que tiene de durar para siempre. Así que la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo que remite más allá de uno mismo; es experiencia de un bien que lleva a salir de sí y a encontrase ante el misterio que envuelve toda la existencia.
Se podrían hacer consideraciones análogas también a propósito de otras experiencias humanas, como la amistad, la experiencia de lo bello, el amor por el conocimiento: cada bien que experimenta el hombre tiende al misterio que envuelve al hombre mismo; cada deseo que se asoma al corazón humano se hace eco de un deseo fundamental que jamás se sacia plenamente. Indudablemente desde tal deseo profundo, que esconde también algo de enigmático, no se puede llegar directamente a la fe. El hombre, en definitiva, conoce bien lo que no le sacia, pero no puede imaginar o definir qué le haría experimentar esa felicidad cuya nostalgia lleva en el corazón. No se puede conocer a Dios sólo a partir del deseo del hombre. Desde este punto de vista el misterio permanece: el hombre es buscador del Absoluto, un buscador de pasos pequeños e inciertos. Y en cambio ya la experiencia del deseo, del «corazón inquieto» —como lo llamaba san Agustín—, es muy significativa. Esta atestigua que el hombre es, en lo profundo, un ser religioso (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 28), un «mendigo de Dios». Podemos decir con las palabras de Pascal: «El hombre supera infinitamente al hombre» (Pensamientos, ed. Chevalier 438; ed. Brunschvicg 434). Los ojos reconocen los objetos cuando la luz los ilumina. De aquí el deseo de conocer la luz misma, que hace brillar las cosas del mundo y con ellas enciende el sentido de la belleza.
Debemos por ello sostener que es posible también en nuestra época, aparentemente tan refractaria a la dimensión trascendente, abrir un camino hacia el auténtico sentido religioso de la vida, que muestra cómo el don de la fe no es absurdo, no es irracional. Sería de gran utilidad, a tal fin, promover una especie de pedagogía del deseo, tanto para el camino de quien aún no cree como para quien ya ha recibido el don de la fe. Una pedagogía que comprende al menos dos aspectos. En primer lugar aprender o re-aprender el gusto de las alegrías auténticas de la vida. No todas las satisfacciones producen en nosotros el mismo efecto: algunas dejan un rastro positivo, son capaces de pacificar el alma, nos hacen más activos y generosos. Otras, en cambio, tras la luz inicial, parecen decepcionar las expectativas que habían suscitado y entonces dejan a su paso amargura, insatisfacción o una sensación de vacío. Educar desde la tierna edad a saborear las alegrías verdaderas, en todos los ámbito de la existencia —la familia, la amistad, la solidaridad con quien sufre, la renuncia al propio yo para servir al otro, el amor por el conocimiento, por el arte, por las bellezas de la naturaleza—, significa ejercitar el gusto interior y producir anticuerpos eficaces contra la banalización y el aplanamiento hoy difundidos. Igualmente los adultos necesitan redescubrir estas alegrías, desear realidades auténticas, purificándose de la mediocridad en la que pueden verse envueltos. Entonces será más fácil soltar o rechazar cuanto, aun aparentemente atractivo, se revela en cambio insípido, fuente de acostumbramiento y no de libertad. Y ello dejará que surja ese deseo de Dios del que estamos hablando.
Un segundo aspecto, que lleva el mismo paso del precedente, es no conformarse nunca con lo que se ha alcanzado. Precisamente las alegrías más verdaderas son capaces de liberar en nosotros la sana inquietud que lleva a ser más exigentes —querer un bien más alto, más profundo— y a percibir cada vez con mayor claridad que nada finito puede colmar nuestro corazón. Aprenderemos así a tender, desarmados, hacia ese bien que no podemos construir o procurarnos con nuestras fuerzas, a no dejarnos desalentar por la fatiga o los obstáculos que vienen de nuestro pecado.
Al respecto no debemos olvidar que el dinamismo del deseo está siempre abierto a la redención. También cuando este se adentra por caminos desviados, cuando sigue paraísos artificiales y parece perder la capacidad de anhelar el verdadero bien. Incluso en el abismo del pecado no se apaga en el hombre esa chispa que le permite reconocer el verdadero bien, saborear y emprender así la remontada, a la que Dios, con el don de su gracia, jamás priva de su ayuda. Por lo demás, todos necesitamos recorrer un camino de purificación y de sanación del deseo. Somos peregrinos hacia la patria celestial, hacia el bien pleno, eterno, que nada nos podrá ya arrancar. No se trata de sofocar el deseo que existe en el corazón del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su verdadera altura. Cuando en el deseo se abre la ventana hacia Dios, esto ya es señal de la presencia de la fe en el alma, fe que es una gracia de Dios. San Agustín también afirmaba: «Con la espera, Dios amplía nuestro deseo; con el deseo amplía el alma, y dilatándola la hace más capaz» (Comentario a la Primera carta de Juan, 4, 6: pl 35, 2009).
En esta peregrinación sintámonos hermanos de todos los hombres, compañeros de viaje también de quienes no creen, de quién está a la búsqueda, de quien se deja interrogar con sinceridad por el dinamismo del propio deseo de verdad y de bien. Oremos, en este Año de la fe, para que Dios muestre su rostro a cuantos le buscan con sincero corazón. Gracias.

Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Argentina, Chile y otros países latinoamericanos. Pidamos al Señor que se acreciente nuestra fe en él y que haga ver su rostro a todos los que lo buscan con sincero corazón. Muchas gracias.

NUEVO LLAMAMIENTO POR LA PAZ EN SIRIA
Sigo con particular atención la trágica situación de violencia en Siria, donde no se detiene el fragor de las armas y cada día aumenta el número de las víctimas y el terrible sufrimiento de la población, en particular de cuantos han debido dejar sus casas. Mi deseo era enviar a Damasco una Delegación de Padres Sinodales para manifestar a la población de Siria mi solidaridad y la de toda la Iglesia, y mi cercanía espiritual a las comunidades cristianas del país. Lamentablemente diversas circunstancias y acontecimientos no han hecho posible la iniciativa en el modo deseado, y por lo tanto he decidido confiar una misión especial al eminentísimo cardenal Robert Sarah, presidente delConsejo Pontificio Cor Unum. Desde hoy y hasta el 10 de noviembre próximo estará en el Líbano, para encontrarse con los pastores y fieles de la Iglesia en Siria; visitará algunos refugiados provenientes de dicho país y presidirá una reunión de coordinación con las instituciones católicas de caridad, a las que la Santa Sede les ha pedido un particular compromiso en favor de la población siria, tanto dentro como fuera del país. Mientras elevo mi oración a Dios, renuevo la invitación a las partes del conflicto y a cuantos desean el bien de Siria a no ahorrar ningún esfuerzo en la búsqueda de la paz y a procurar, por medio del diálogo, los caminos que conducen a una justa convivencia, con el fin de lograr una adecuada solución política del conflicto. Debemos hacer todo lo posible, ya que un día podría ser demasiado tarde.

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viernes, 1 de febrero de 2013

The Sun - Onda perfetta



El Pontificio Consejo para la Cultura comenzará su asamblea plenaria anual con un concierto ofrecido por la banda de rock italiana The Sun, que ofrece mensajes cristianos desde que su vocalista se convirtiera al catolicismo.

Banda de rock ofrecerá concierto en el Vaticano

Banda de rock ofrecerá concierto en el Vaticano
Su nombre es THE SUN
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=tknjLFG7HHQ#!