Señoras y señores Diputados:
Un reconocido filósofo español contemporáneo, Julián Marías, daba a entender que dentro de 500 años, la humanidad, al recordar al siglo XX, más que por los horrores de los campos de exterminio nazis, las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima y tantas atrocidades cometidas, se escandalizaría mucho más por la legalización y aceptación social del más abominable de los crímenes: el de los niños por nacer.
Porque creo que éste es simplemente el centro de la cuestión, más allá de cómo se impuso rápidamente el tema en el corriente año en la Argentina y de los intereses tremendos que hay detrás, de la presión internacional y mediática para que se apruebe el aborto y de la utilización ideológica o política que algunos hacen de todo esto, más allá también de los absurdos y muchas veces contradictorios argumentos y la manipulación de cifras en tiempos de posverdad.
Sin embargo, frente a esto la ciencia por medio de múltiples evidencias hoy nos grita: hay vida humana. A la luz de sus avances, la filosofía clásica lo expresaría diciendo: «al abortar muere un niño en acto, no en potencia» como ya he escuchado decir. Niño que no es parte del cuerpo de su mamá sino que está alojado en ella. Un ser único e irrepetible que, incluso antes de poder empezar a sentir, ya es un «quién» y no un «qué», como también es un «quién» una persona anestesiada o en coma, independientemente del momento en que sienta o no sienta. Un ser humano con muchas potencialidades, que se irán desplegando poco a poco, tardarán años en hacerlo, no 14 semanas, salvo que optemos por su eliminación.
¿Podemos realmente no escuchar ese grito de la ciencia, que es, en el fondo, el grito de los que no tienen voz? Peor aún, escucharlo pero afirmar por cuestiones ideológicas o un egoísmo atroz que no nos importa? ¿O justificar que se puede llevar a cabo la eufemísticamente llamada «interrupción del embarazo» en el caso de que un niño sufra una discapacidad, discapacidad además que pondrá en riesgo, interpretarán algunos, sino la salud física, la salud psíquica o social de la mujer?
¿Y qué decir de la posibilidad de abortar sin límites de tiempo en caso de malformaciones fetales graves? ¿Es que realmente queremos también en la Argentina acabar, como está cerca de suceder en varios países europeos, con los niños con síndrome de Down por medio de un aborto eugenésico? O en caso de violación, ¿aplicar la pena de muerte, al inocente? Sólo comento parte del artículo 3 de uno de los proyectos.
¿Qué nos está sucediendo? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
La ausencia para muchos de una referencia a un absoluto trascendente, o su relativización, la pérdida de valores universales, muchos de ellos presentes de manera explícita en nuestra Constitución Nacional y la identificación entre libertad y autonomía —«que cada uno haga lo que quiera—» está haciendo perder a nuestras conciencias obnubiladas la capacidad natural, el sentido común, de distinguir lo que está bien de lo que está mal. Aún en un principio tan básico, como lo es el derecho a la vida, raíz de los demás derechos.
Es cierto que, pese a tanta oscuridad y al individualismo masificado que nos rodea, fueron muchas las voces que se levantaron durante la segunda parte del siglo XX y comienzo del siglo XXI a favor de la dignidad del ser humano. Hemos entendido la necesidad de reafirmar una y otra vez la condena a la esclavitud, a la discriminación y la tan necesaria reivindicación de los derechos de la mujer.
¿Cómo entonces no unirnos todos para defender el derecho a la vida de los niños por nacer? Legalizar el aborto implica abjurar de las conquistas obtenidas en la proclamación de los derechos humanos. Si por cualquier razón que fuera aceptamos que se puede asesinarse a un ser completamente inocente, sin posibilidad de defenderse y sentenciado por la propia mamá, abrimos un camino sin retorno que deja en manos de los que detentan el poder la decisión de quien merece o no vivir. Mucho se debe hacer para proteger a las madres, padres y niños por nacer en nuestra patria, pero la muerte no puede ser la solución.
Una ley que despenalice el aborto provocado, el nacimiento de un bebé por nacer, no puede ser el camino para resolver el terrible drama de, por ejemplo, los abortos clandestinos. No es la legalización del crimen la que lo elimina, y el niño por nacer, muere igual.
Ciertamente que los abortos existen, pero su despenalización supone subordinar el derecho a la vida de un ser humano a otros derechos que, aunque importantísimos, no pueden primar frente al derecho del más débil, que en este caso es el niño por nacer.
Sin duda, lo que debemos buscar es salvar las dos vidas, física, psíquica, social y espiritualmente. Hay mucho por hacer a favor de ello y esperemos que este debate sirva para ello.
Señoras y señores Diputados, confiamos. Nuestro pueblo confía en ustedes.
Respecto a los caminos a seguir, claro que se puede y se debe debatir, pero NO SE PUEDE DEBATIR RESPECTO A QUIEN MERECE O NO VIVIR. No tenemos ese derecho ni poder, salvo que por ignorancia, comodidad o afán de autodestrucción decidamos someternos a quienes aprovechan el aborto para controlar la natalidad y sojuzgar pueblos enteros, sacando un impresionante beneficio económico a la vez.
Porque hay voces que se levantan, incluso en esta sala, realmente preocupadas por encontrar una solución para las mamás que sienten que no pueden tener a sus hijos, mamás que son sin duda víctimas también, mamás a las cuales deberíamos garantizar ayuda espiritual, psicológica, económica, mamás a las que deberíamos facilitar de ser este el último camino, el dar a sus niños en adopción.
Pero desgraciadamente, los que están detrás de esta ley son sin dudas grandes grupos de poder internacionales, al decir de Ekeocha, activista nigeriana en favor del derecho a la vida: «El aborto es para África —y yo agrego también para Latinoamérica— otro sinónimo de colonización» y no podemos ser cómplices, como se escuchó decir días atrás.
Más de una vez hemos escuchado hablar en nuestra patria de liberación o dependencia, pero la verdadera liberación de un pueblo se funda, paradójicamente, en una verdadera dependencia a lo propio, a nuestra cultura, a nuestras raíces, tradiciones y creencias, a principios y valores por los cuales nuestros próceres no dudaron entregar su vida. No podemos abandonar el primero de todos ellos: el del derecho a la vida.
Concluyo estas reflexiones, citando palabras de alguien muy querido por nuestro pueblo y conocido por todos los presentes, palabras que dirigió un día al, por aquel entonces, Primer Ministro de la India, y que espero no puedan jamás hacerse extensivas nunca a nuestro señor Presidente, Mauricio Macri, ni a los honorables legisladores, luego de este año de debate. Cito:
«Temo por usted, temo por nuestro pueblo... Al permitir el aborto, ha desencadenado el odio, pues si una madre puede matar a su hijo, nadie podrá impedir que nos matemos mutuamente... No sabe cuanto mal el aborto está haciendo a nuestro pueblo. ¡Cuánta inmoralidad, cuántos hogares rotos, cuántos trastornos mentales por culpa del asesinato de criaturas inocentes!...
Señor Desai, no tardará usted mucho en comparecer en la presencia de Dios, y me preguntó qué responderá usted cuando Dios le pregunte por qué permitió que se privara de la vida a los no nacidos»
Madre Teresa, Carta abierta al Primer Ministro de la India y a los miembros del Parlamento, 25 de marzo de 1979.
Que Argentina se libre de cargar sobre sus espaldas tanto dolor y sangre de inocentes.
Muchísimas gracias por su atención.